sábado, diciembre 25, 2004

ROMAN COPPOLA. En el nombre del padre


Genética aplicada.



MOTOR

Cuando el pasado mes de febrero una Sofia Coppola agradablemente azorada se alzó de su butaca para recibir el Oscar de la Academia por su guión original de la sobrevalorada Lost In Translation, estaba flanqueada por las dos personas con mayor influencia en su vida: la figura monolítica, insoslayable, de su padre Francis Ford Coppola, y la de su hermano mayor, el casi desconocido Roman Coppola.
Al contrario de lo que podría intuirse, y tal y como Sofia ha confesado, es Roman el principal depositario de sus confidencias personales y creativas; el primero que ojea los borradores de sus guiones y la asesora en sus proyectos. Son almas gemelas.

En principio, el influjo de Roman Coppola (nacido en París en 1965 y llamado así en honor a Roman Polanski) no parece parangonable a su talla fílmica. Pero sólo en apariencia. Sin alharacas, casi con sordina, el anónimo Roman ha ido cimentado una errática pero sólida trayectoria que empezó a construirse, siendo un adolescente, a la sombra de los proyectos de su ilustre progenitor. Antes y después de matricularse en la escuela de cine de la Universidad de Nueva York sorprende descubrirle en los créditos de todo tipo de producciones y bajo los más variados epígrafes: productor, guionista y argumentista, director de fotografía, responsable de efectos visuales, director de la segunda unidad, asistente de dirección, técnico de sonido, actor ocasional y, en fin, chico para todo.

CÁMARA

A Francis Ford Coppola ha dado en calificársele como hombre del Renacimiento. Paralelamente a su carrera cinematográfica, Roman parece querer seguir sus pasos, picoteando aquí y allá como realizador de spots para las más potentes corporaciones (Coca-Cola, Levi’s, Nike, Adidas...), regentando su propia compañía vinícola, RC Reserve, o haciendo sus pinitos como proyectista concibiendo su propio concept car en colaboración con el asombroso diseñador californiano Nick Pugh. Finalmente en 1996 funda la firma The Directors Bureau, con la que se introduce en el género de la modernidad, acometiendo la realización de rompedores –y premiadísimos- videoclips para una ecléctica relación de bandas y músicos: Morrissey, Sheryl Crow, The Strokes, Green Day, Moby, Supergrass, The Presidents Of The United States Of America, Daft Punk, Marianne Faithfull, Mike Watt & Evan Dando, Cassius, Matthew Sweet, Ween, The Vines, The Rentals
Como advierte el ensayista Jordi Sánchez-Navarro: “Cuñado de Spike Jonze, amigo del guionista de su cuñado, Charlie Kaufman, que también ha escrito para Michel Gondry, otro de los genios del videoclip actual, Roman Coppola forma parte de una nueva movida indie que se ramifica hasta el infinito y que ha comenzado a tomar Hollywood al asalto”.

¡ACCIÓN!

Todo ello nos conduce al asunto de estas líneas. En 2001, quizá estimulado por los óptimos resultados obtenidos un par de años antes por su hermana con Las Vírgenes Suicidas, un fogueado Roman debuta por fin con su primer largometraje, “dedicado a mi padre”. Una de esas habituales óperas primas colmadas de ideas y obsesiones personales. Relatos quizá imperfectos, no siempre bien orquestados, pero redimidos por el entusiasmo y la sinceridad que a menudo transmiten. En el fondo, exorcismos realizados para uno mismo.
Aquel primer intento –al que, desde entonces, ha seguido el silencio- se titula CQ y puede considerarse como una apasionada declaración de amor a una época y a una estética. Toda una declaración de principios.

PARÍS 1969

La Ciudad de la Luz vive sumida en la resaca del Mayo del ’68. En el fragor de una manifestación de estudiantes izquierdistas, Andrezej (Gérard Depardieu), director de cine poseído por el espíritu revolucionario que impregna el ambiente, descubre entre la multitud el rostro angelical de Valentine (la bella modelo Angela Lindvall en su debut como actriz, seleccionada tras un casting de lo más exhaustivo). Acaba de encontrar a la protagonista para su película.
CQ parte del cliché del artista norteamericano inconformista trasplantado al viejo continente. El apocado Paul Ballard (Jeremy Davies) es un joven cineasta en ciernes, imbuido por los audaces hallazgos formales de la Nouvelle Vague y consagrado en cuerpo y alma a su Gran Proyecto Personal: la realización de 69/70, un exhaustivo diario visual experimental en blanco y negro de cinema verité. “Lo filmo todo. Estoy tratando de encontrar lo que es real, honesto. Todo es importante. Dicen que todo está en los detalles”.

Paul, que se pasea por la vida como un mero observador, reparte su tiempo entre las confesiones íntimas frente al objetivo de su Nagra de 16 mm. y su trabajo como montador y director de la segunda unidad en el dificultoso rodaje de Code Name: Dragonfly, una Serie B de ciencia-ficción con toques sexy ambientada en un todavía lejano año 2001.
El proyecto resulta accidentado por cuanto el realizador del film, el excéntrico Andrezej no halla un final que satisfaga las expectativas del expansivo productor italiano del film, Enzo de Martini (Giancarlo Giannini). A causa de su visión anticomercial Andrezej es finalmente despedido y Paul recibe de manos de Enzo su gran oportunidad: el encargo de concluir la filmación. Paul acepta sin sospechar que pronto se adentrará en una dimensión en la cual los límites entre la realidad y la ficción cinematográfica devendrán difusos.
Sus delirios personales vendrán avivados por los encantos de la actriz principal. La turbadora Valentine da vida a la intrépida agente Dragonfly, instalada en un funcional loft en la cima de la torre Eiffel. Su misión será la de recuperar una arma robada por el villano de turno, el Señor E, “un gran poeta, orador, inventor y experto en artes marciales” y líder de un grupúsculo revolucionario oculto en una base secreta en la cara oculta de la luna.
Sumido en una duermevela frente a la mesa de montaje, un Paul embrujado se debate entre la mujer real y la mujer soñada. Su melancólico ensimismamiento propiciará la inexorable desintegración del affaire con su novia francesa, la azafata de Air France Marlene (Élodie Bouchez), quien le espeta: “Viniste a París a encontrar tu vida, pero está frente a ti y no quieres admitirlo”.

EL CINE COMO LA VIDA, LA VIDA COMO EL CINE

La historia imaginada por Roman Coppola opera en términos similares -salvando todas las distancias cualitativas-, a esa agridulce radiografía de las entrañas del mundo del cine que es La Noche Americana (1973) de François Truffaut: un film dentro del film de efecto multiplicador (en un ingenioso juego de espejos el trailer promocional que Paul diseña para el lanzamiento de Code Name: Dragonfly es virtualmente idéntico al que Roman concibió para CQ) salpicado de arquetipos reconocibles.
Lo más interesante es que, sin ser un roman à clef, el guión contiene más elementos autobiográficos de lo que su fantasiosa fábula deja entrever. Así, las intervenciones del visionario Andrzej incluyen referencias directas a papá Coppola, productor ejecutivo de la película (caso del puñetazo en la puerta de la sala de visionado), mientras que personajes como el del efusivo director de Serie-B Felix DeMarco (interpretado por el primo de Roman y Sofía, Jason Schwartzman, actor y batería del grupo Phantom Planet) es un confesado trasunto de Roger Corman. Y, en fin, en el extrovertido talante latino del gesticulante productor Enzo de Martini no es difícil reconocer una mezcolanza de las magnéticas personalidades de Dino de Laurentiis y Carlo Ponti. Por no incidir en lo obvio: durante todo el metraje el personaje de Paul viste exactamente igual que Roman en la vida real, traje y corbata negros sobre una camisa blanca.

Al margen de bromas autoreferenciales al estilo de Casino Royale (1967) o la más reciente saga Austin Powers, CQ propone por encima de todo un indisimulado guiño a propósito de Barbarella (1968) de Roger Vadim, aquella inenarrable apoteosis alucinógena protagonizada por una lúbrica Jane Fonda. En este sentido la escena de presentación del personaje de Dragonfly no deja lugar a dudas.
Pero también se cuelan en la retina inequívocos ecos de historietas kitsch como Modesty Blaise (1966) de Joseph Losey o Diabolik (1968) de Mario Bava, todos ellos estimulantes ejemplos de fantastique a la europea. Es decir, el polvo de estrellas eurotrash que orbitó alrededor de 2001 (1968), la influyente odisea espacial ideada por Stanley Kubrick.
El evidente vínculo con aquel pasado se personifica en la recuperación, a modo de homenaje, del actor John Philip Law, presente en aquellas cintas de Vadim y Bava y que aquí aparece episódicamente en el papel de jefe del Consejo Mundial.
Sánchez-Navarro atina al señalar que “en el amplio y azaroso interregno que separa las películas comerciales de género del cine de auteur, Coppola hace una fuerte apuesta: realizar una película sobre el cine –más bien una película sobre el hecho de realizar una película- y convocar sus nostalgias más conspicuas, con el noble fin de demostrar que es posible aplicar una mirada artística sobre un material aparentemente innoble”.

CQ es pues un confesado tributo cinéfilo que opera sobre aquel cine camp facturado en la década de los ‘60, al tiempo que también reivindica el legado de Jean-Luc Godard y la contribución de unas cinematografías europeas libres de las ataduras y de los convencionalismos comerciales del Hollywood más esclerotizado.
En una dimensión más general, la historia de Coppola contextualizado en un convulso período “revolucionario”, propone la enésima reflexión sobre los obstáculos de un proceso de creación libre y personal y su compleja subsistencia en un contexto mediatizado por la mediocridad del discurso dominante.
De hecho sus múltiples lecturas no se agotan, todas ellas irradiando desde ese concepto central que se identifica con la seductora magia de hacer películas. Andrzej advertirá a Paul: “una película puede cambiar el curso del futuro. Puede inventar el futuro haciendo ideas concretas”.
No escapan a este extremo detalles del todo intencionados como el hecho de que el arma ultrasecreta robada por el risible Ché futurista que debe recuperar la agente Dragonfly sea un artefacto que inmoviliza al enemigo. Una clara metáfora de la cámara cinematográfica que, a su vez, “congela” la realidad.
De nuevo en palabras de Sánchez-Navarro, “en CQ, el joven Coppola se autoimpone la titánica tarea de convencernos (…) de que las fronteras entre lo popular y lo culto, entre la vanguardia, el puro encargo y la tomadura de pelo son siempre tan volátiles que ni el crítico más sesudo e instruido es capaz de avizorarlas sin jugarse el pellejo”.

El cotejo entre los respectivos debuts de los hermanos Coppola pone en evidencia todo un catálogo de pasiones compartidas: el traumático tránsito de la juventud a la edad adulta y el existencialismo adolescente, el culto idealizado a un pasado reciente (la exuberante estética sixties en CQ; la década de los ’70 en Las Vírgenes Suicidas) y a la cultura popular en sus más variadas formas (la música, el cine, la moda, el diseño… El film está repleto de detalles “ultramodernos” como los primeros vuelos del Concorde o la irrupción del vídeo doméstico).
Por lo demás, un juguetón Roman, pletórico en lo visual, colma la cinta de inspirados hallazgos de puesta en escena: el juego de espejos en la modélica escena del breve encuentro en el aeropuerto entre Paul y su padre (Dean Stockwell), Marlene presenciando el anuncio de boda de Felix DeMarco, ciertas transiciones entre secuencias...
Otros detalles visuales y también sonoros parecen remitir a otros títulos clave, quizá a un nivel inconsciente. Es el caso del episodio de la celebración del fin de año que transcurre en una Roma nocturnal y fantasmagórica que posee un carácter indefiniblemente felliniano. El universo de La Dolce Vita o Fellini 8 ½ no anda lejos. O el burbujeante sonido de la píldora efervescente –recordando a Taxi Driver- que no nos permite oír el diálogo entre Paul y Enzo. Como bien señala el padre de Paul: “Nunca sabes cuando una historia que escuchaste o una imagen puede servirte en tu trabajo”.

Participando del eterno retorno de la estética sixties, CQ queda pues como una irónica reflexión, rabiosamente posmoderna.
Y todo ello envuelto en una banda sonora de clara inspiración electro pop. El dúo parisino Mellow firma la columna vertebral de CQ. Y otra pareja francesa, Air, hizo lo propio en Las Vírgenes Suicidas, siendo de nuevo convocados en el resultón score de Lost In Translation, no obstante monopolizado por el feliz reencuentro con Kevin Shields (My Bloody Valentine)
De hecho el clan Coppola, fiel al arraigado concepto familiar que confiere su estirpe italiana, siempre se ha caracterizado por rodearse de un fiel séquito de colaboradores creativos.
En CQ Roman convoca a una nómina de colaboradores entre los que descuella el extraordinario mago del diseño de producción Dean Tavoularis (el auténtico artífice tras la trilogía de El Padrino, Apocalypse Now, Corazonada y tantas otras). También Spike Jonze como asistente de cámara y el primo de Roman, Chris Neil. Al ecléctico reparto internacional -que delata la condición de coproducción del producto, rodado en localizaciones de Francia, Italia, Luxemburgo y Estados Unidos- hay que añadir las apariciones especiales del polifacético actor, guionista, productor y realizador L. M. Kit Carson; el crítico de Cahiers Du Cinéma y también guionista Nicolas Saada... y de la mismísima Sofia Coppola como la amante de Enzo.

La vida imita al arte. Los problemas de rodaje en la ficción cinematográfica tuvieron su réplica en el proyecto real, afectando al parecer a la postproducción de CQ, que tardó un año en llegar a las pantallas tras su presentación oficial en el Festival de Cannes 2001. Atendiendo a la reacción de la audiencia, Roman decidió remontar el film en un proceso que no ha trascendido y del que no parece muy decido a hablar. Todo en vano. Económicamente el proyecto representó un pequeño fracaso que condenó la cinta al mercado del cine en casa.
No deja de resultar extraño ese divorcio con el espectador, máxime teniendo en cuenta que CQ pertenece a esa clase de títulos que convocan cinefilias agudas. Como alguien ha apuntado, preludió al díptico Kill Bill de Quentin Tarantino como verdadera antología de referencias cinematográficas.
Destinada fundamentalmente a un público cómplice, el debut de Roman Coppola quizá sea un experimento fallido, pero poseedor de un indudable encanto. Pese a que probablemente ni tan siquiera alcance el status de film de culto, a buen seguro se habrá convertido en un film secreto para una minoría de iniciados.



EXPERIMENTANDO CQ


El críptico título de CQ es una suerte de transcripción fonética del inglés “seek you”, una expresión del código Morse solicitando contacto. Veamos como satisfacer esa petición…

La edición especial de CQ en DVD, editada en la Zona 1 con sonido 5.1 y subtítulos en castellano, puede localizarse en ciertas e-shops de Internet (como DVD Planet o Video Universe) a precio de ganga. Su adquisición es recomendable por cuanto contiene jugosos extras: interesantísimos audiocomentarios de Roman Coppola, el director de fotografía Robert D. Yeoman (habitual en los films de Wes Anderson) y Angela Lindvall donde se revelan técnicas empleadas e influencias asumidas; un breve making of; cuatro documentales (un par de ellos firmados por la madre de Roman, la documentalista Eleanor Coppola, y por su hermana Sofía); el trailer de CQ y el supuesto trailer original de Codename: Dragonfly; cinco featurettes que abordan aspectos como las tareas de dirección de Roman (aquí definitivamente transmutado en el personaje de Paul), el perfil de los actores, el diseño fotográfico del film o la concepción de la música y el sonido (con Richard Beggs, veterano colaborador de Francis Ford Coppola); una generosa galería fotográfica y un puñado de easter eggs conteniendo fugaces tomas divertidas. Mención aparte merecen los dos temas del soundtrack (Codename: Dragonfly y Seek You) recuperados de una actuación en directo que Mellow y la vocalista Alison David ofrecieron en el club Quattro de Tokio en noviembre de 2001.

Aunque para los más completistas se impone la sedosa banda sonora, editada por el sello Emperor Norton Records, en la que la pareja de creadores invocan los sonidos de Erik Satie, Burt Bacharach, Ennio Morricone, The Rolling Stones o Serge Gainsbourg sirviéndose de loops y samples y un arsenal de instrumentos vintage. El resultado es un retro sonido downtempo que funde pop kitsch, instrumentales ambient, jazz lounge y psicodelia.
Además de los temas originales, se incluyen rancios hits de voces galas e italianas como Claude François, Antonello Paliotti, Francesco Pennino, Paul Piot y el garage rock del muy reivindicable Jacques Dutronc.

Finalmente la web oficial del film, además de regalar un auténtico festín audiovisual ofrece más contenidos inéditos, MP3 de Mellow y la posibilidad de descargar salvapantallas y temas de escritorio... Un colorista reflejo del ingente volumen de documentación que Roman recabó durante la preproducción del film y que sirvió de inspiración para su equipo de colaboradores.
Aunque sin duda el reclamo más atrayente es la posibilidad de descargar en formato PDF el CQ’s Book, un libro de artista que aúna fotomontajes, collages, cómics, storyboards, reproducción de carteles y bocetos preparatorios… El justo fetiche pop.


ROMPERLO TODO


La renovadora mirada de Roman Coppola en el territorio del videoclip musical impondrá un look casual, contaminado por la textura sucia e imperfecta del vídeo doméstico, avanzando futuros fenómenos audiovisuales como Jackass y similares. Locuras conceptuales (en Taxloss, el vídeo ideado para Mansun en 2001 los componentes del grupo y el propio Roman se dedican a lanzar al aire 25.000 libras esterlinas en la Liverpool Street Station y filmar el caos desencadenado) a las que no son ajenas los presupuestos ajustados y el factor improvisación.

Roman da en el clavo. Su estilo fresco e irreverente gana adeptos y triunfa definitivamente con piezas como Praise You para Fatboy Slim, una sencilla coreografía de hip-hop interpretada por el caradura de Spike Jonze y rodada en menos de diez minutos frente a la entrada de un cine. Se convirtió en el trabajo más premiado del año 1999 y la MTV lo aupó, algo insensatamente, como el mejor videoclip de la historia.